Donde las vidas de los negros importaban primero en las Américas
Por Michael Deibert
La imagen del asesinato de George Floyd, el hombre afroamericano al que oficiales de la policía de Minneapolis le exprimieron la vida el pasado 25 de mayo, le estrujó el corazón al mundo. El terrible simbolismo de ese acto -un cuerpo negro postrado y finalmente extinguido por el peso insoportable del racismo sistémico – es imposible de ignorar.
Es cierto que una buena parte de la historia del Caribe también ha sido escrita en sangre, primero por la exterminación de sus habitantes nativos, y luego por la llegada forzosa de millones de esclavos africanos como parte del infernal sistema de la esclavitud y cautiverio. Sin embargo, en medio de esa dolorosa historia, el Caribe también provee un ejemplo del insaciable deseo humano de ser libre.
Haití, que ocupa el tercio occidental de la isla de La Española, que comparte con la República Dominicana, nació en los fuegos de la máquina de la esclavitud. Luego de la llegada de Colón en 1492, los arauacos nativos fueron rápidamente esclavizados y obligados a trabajar hasta la muerte por los españoles, y, a manera de reemplazo, hacia mediados de los 1500 ya había sobre 30,000 esclavos africanos en la isla, apenas un preludio de lo que vendría después.
La economía de Saint-Domingue, como se conoció una vez los franceses obtuvieron el control gracias al Tratado de Ryswick, se basaba en el cultivo de azúcar. Hacia fines de los 1700, suplía tres cuartas partes del azúcar que se consumía en todo el mundo, y su economía generaba más ingresos que todas las 13 colonias estadounidenses originales combinadas. Muy pronto se convirtió en la más próspera colonia francesa, pero también en un lugar donde la población de 40,000 blancos dominaba a más de 30,000 mulatos y negros libres y a 500,000 esclavos en condiciones de brutalidad propias de una pesadilla.
La noche del 14 de agosto de 1791, un imponente supervisor negro traído de Jamaica, llamado Boukman, condujo una larga y compleja ceremonia de vudú a las afueras de Cap-Français (hoy día Cap-Haïtien) en Bwa Cayman (El Bosque del Cocodrilo) en medio de una dramática tormenta tropical, durante la cual los esclavos presentes juraron levantarse contra sus amos. Lo hicieron. En agosto de 1793, Toussaint Bréda (así llamado por la plantación de Bréda, donde servía como capataz) anunció que se cambiaba el nombre a Toussaint Louverture en una proclamación en la que declaró: “He emprendido la venganza. Quiero que la libertad y la igualdad reinen en Saint-Domingue”.
Una serie de extraordinarias personalidades se unieron a la rebelión de Louverture, tales como el exesclavo convertido en gran comandante militar Jean-Jacques Dessalines. También estaba Henri Christophe, un exesclavo angloparlante que se creía era originario de Grenada y de quien se pensaba que de joven había combatido junto a las fuerzas francesas durante el Sitio de Savannah en la Guerra de Independencia de los Estados Unidos. Y además estaba Alexandre Pétion, cuya ascendencia blanca y mulata lo convertía en un gens de couleur (hombre libre de color) y quien había sido educado en Francia antes de volver a Saint-Domingue.
La rebelión continuaría a tropezones durante 13 largos años marcados por el sectarismo, la traición (Louverture sería secuestrado por los franceses y moriría en una solitaria celda en las montañas de Jura, en 1803) y sufrimientos frecuentemente horrorosos. Las fuerzas haitianas finalmente derrotaron a las francesas en la Batalla de Vertières en noviembre de 1803 y, el 1ro. de enero de 1804 fue declarada la República de Haití (el triunfante Dessalines recuperó el antiguo nombre arauaco de la isla).
Aunque no es un hecho tan conocido como los contornos amplios de la revolución en sí (como tampoco lo es el subsiguiente exterminio de prácticamente toda la población francesa que quedaba en la isla, ordenado por Dessalines), la Revolución Haitiana también proveyó un marco de referencia para los frentes multirraciales contra el sistema de las plantaciones. Miles de soldados polacos, reclutados por Francia para luchar contra los esclavos rebeldes, terminaron desertando y uniéndose a la causa rebelde, ganando así ciudadanía haitiana honorífica tras el triunfo de la revolución. Aun hoy día uno puede conocer a algunos de sus descendientes en el pueblo de Cazale, en el valle de Artibonite, al norte de la capital, Port-au-Prince.
No obstante, el infernal sistema aún continuaría en el resto de las Américas. En los Estados Unidos se necesitarían sesenta años más y una sangrienta Guerra Civil para ponerle fin. En Puerto Rico, donde los esclavos se unieron al levantamiento del Grito de Lares contra los españoles, continuaría hasta 1873. En Cuba existió hasta 1886 y en Brasil se sostuvo hasta 1888.
Sin embargo, las palabras de la Declaración de Independencia de Haití, proclamada en la ciudad de Gonaïves en 1804, aún resuenan a través de los siglos:
No basta con haber expulsado a los bárbaros que han ensangrentado nuestra tierra durante siglos … Debemos, con un último acto de autoridad nacional, asegurar para siempre el imperio de la libertad en el país donde nacimos; debemos quitarle al gobierno inhumano que por tanto tiempo nos mantuvo en el letargo más humillante toda esperanza de reesclavizarnos... Debemos vivir independientes o morir. Independencia o muerte, dejemos que esas palabras sagradas nos unan y sean la señal de batalla y de nuestra reunión.
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